LOS PERDIDOS
LUCAS CAPÍTULO 15
"Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oirle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este a los pecadores recibe, y con ellos come" (Lucas 15: 1-2).
Jesús estaba enseñando en ese momento a un grupo de la sociedad de esa época, comunmente considerados por los fariseos como pecaminosos y sin posibilidades de arrepentimiento y por lo tanto, según elllos, no tenían derecho a la salvación. Los fariseos los criticaban constantemente. Un dicho de la literatura rabínica que decía "Que ningún hombre se asocie con el perverso ni aún para traerle la ley", sintetiza la actitud de los fariseos. Jesús ya había defendido su actitud con anterioridad, señalando las necesidades de esa gente.
"Después de estas cosas salió, y vio a un publicano llamado Leví, sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo: sígueme. Y dejándolo todo, se levantó y le siguió. Y leví le hizo gran banquete en su casa, y había mucha compañia de publicanos y de otros que estaban a la mesa con ellos. Y los escribas y los fariseos murmuraban contra los discípulos, diciendo: ¿Por qué comeis y bebéis con publicanos y pecadores? Respondiendo Jesús, les dijo; Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento"(Lucas 5: 27-32).
En esta oportunidad, vemos que Leví respondió a Jesús como Él quiere que lo hagan todos sus discípulos: siguió a su Señor de inmediato, e invitó a sus amigos que hicieran lo mismo. Leví dejó el negocio de cobrador de impuestos que era lucrativo, pero deshonesto, para seguir a Jesús. Luego organizó una fiesta para sus colegas y otros notables pecadores, para que tuvieran la oportunidad de entrevistarse con Jesús. Leví, que dejó tras sí una fortuna material a fin de ganar una espiritual. Estaba orgulloso de asociarse con Jesús.
Los fariseos, en cambio, intentaban cubrir sus pecados con la convicción de que ellos eran respetables. Se presentaban en público con apariencia de buenos, al hacer buenas acciones y señalar los pecados de otros. Jesús invirtió su tiempo, no con estos líderes religiosos que se consideraban justos, sino con gente consciente de su ppecado y que no eran lo bastante buenos para con Dios. Jesús les enseña que para llegar a Dios debían arrepentirse, y para hacerlo debían reconocer su estado pecaminoso.
En la Parábola del banquete celestial, Jesús declaraba que extendería la invitación de Dios a tales personas antes que a los religiosos que la despreciaban.
PARÁBOLA DE LA GRAN CENA CELESTIAL
“Oyendo esto uno de los que estaban sentados con él a la mesa, le dijo: Bienaventurado el que coma pan en el reino de Dios. Entonces Jesús le dijo: Un hombre hizo una gran cena, y convidó a muchos. Y a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los convidados: Venid, que ya todo está preparado. Y todos a una comenzaron a excusarse. El primero dijo: he comprado una hacienda, y necesito ir a verla: te ruego que me excuses. Otro dijo: he comprado cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlos, te ruego que me excuses. Y otro dijo. Acabo de casarme, y por tanto no puedo ir. Vuelto el siervo, hizo saber estas cosas a su señor. Entonces enojado el padre de familia, dijo a su siervo: ve pronto por las plazas y las calles de la ciudad, y trae acá a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos. Y dijo el siervo: Señor, se ha hecho como mandaste, y aún hay lugar. Dijo el señor al siervo: ve por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa. Porque os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron convidados, gustará mi cena” (Lucas 14: 15-24).-
En esta parábola vemos que el hombre que estaba con Jesús vio la gloria del Reino de Dios, pero falló en su visión para ser parte de él. La parábola que nos ocupa nos muestra que muchas veces rechazamos la invitación de Dios a su banquete poniendo excusas. Los negocios, el matrimonio, la riqueza o cualquier otra cosa pueden ser la causa para resistir o postergar la invitación de Dios. La invitación de Dios es lo más importante, no importa qué inconvenientes podamos tener. No debemos poner excusas para responder al llamado de Dios. Jesús nos recuerda con este ejemplo que puede venir el día en que Dios dejará de invitarnos y en su lugar invitar a otros. Entonces será demasiado tarde para entrar en el banquete.
También debemos aclarar que en aquellos tiempos se acostumbraba enviar dos invitaciones: la primera la anunciaba, la segunda indicaba que todo estaba listo. Los invitados en esta ocasión se excusaron en la segunda invitación y por tanto ofendieron al anfitrión. En el caso del pueblo judío la primera invitación vino a través de Moisés y los profetas; la segunda a través de su Hijo. Los líderes religiosos aceptaron la primera invitación, creyeron en Moisés y los profetas, pero desecharon a Dios al no creer en su Hijo.
Ahora, en el capítulo 15 de Lucas se acercaron a Jesús nuevamente los publicanos y pecadores para oírle, y nuevamente los fariseos murmuraban contra Jesús por su actitud de hablar y comer con ese tipo de gente. Jesús les presenta en esta oportunidad la más alta razón de todas: que Dios se regocija en el rescate de un pecador perdido. Es su deleite buscar y salvar al perdido, y es el supremo deseo de Jesús hacer lo mismo que el Padre. “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y salvar lo que se había perdido” (Lucas 19: 10).
Los líderes religiosos en cambio, se cuidaban mucho de mantenerse “limpios” conforme a la ley del Antiguo Testamento. Incluso iban más allá de la ley en cuidarse de cierta gente, de ciertas situaciones y del ritual de purificación. En contraste, Jesús tomó el concepto de “limpieza” sin darle mucha trascendencia. Se “arriesgó” a contaminarse según el concepto de los religiosos, al tocar leprosos, a no lavarse como los fariseos habían establecido. Mostró total desdén y despreocupación por las sanciones que podrían caberle y que se aplicaban a quienes se relacionaban con tales personas. Él vino para ofrecer salvación a los pecadores, a todos los pecadores. De mostrarles que Dios los ama a todos por igual. Pese a lo que le decían, Jesús siguió en busca de quienes lo necesitaban, sin importarle que la sociedad los considerara malas personas, indignas de tener acceso al pueblo de Dios, y el efecto que podría causar en su reputación.
Una pregunta: en una situación similar, ¿actuaríamos nosotros de la misma manera?
Las tres parábolas del capítulo 15 de Lucas forman una unidad literaria, en la que Jesús contesta a los fariseos que lo criticaban por tratar con gente de mala fama.
Primera Parábola: “LA OVEJA PERDIDA”
“Entonces él les refirió esta parábola, diciendo: ¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso; y al llegar a casa, reúne a sus amigos y vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido. Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento” (Lucas 15: 3-10).
Jesús, como era su costumbre enseñaba mayormente por parábolas, o sea ejemplos prácticos de la vida diaria que podían ser entendidos perfectamente por la gente sencilla que se sentaba a escucharle. En esos tiempos cuando no existían las industrias como en la actualidad, la principal actividad que realizaban la gente era tareas rurales, tanto agricultura como ganadería. Era lógico suponer que si una persona tenía cien ovejas en su haber y se le perdía una, iba a buscarla porque era el capital de trabajo con el que podía atender su subsistencia y la de su familia. El relato refiere que el pastor deja las noventa y nueve en el desierto. Parecería absurdo que alguien deje abandonadas las noventa y nueve para buscar una. Pero en realidad el pastor deja las noventa y nueve en su redil ubicado en el desierto, bien resguardadas de todo peligro, y luego busca a la perdida que estaba en peligro.
Esta actitud del pastor de las ovejas demuestra que él cuida a todas. Era costumbre en aquellos tiempos que las perdidas debían ser pagadas por el pastor al patrón o al dueño. En Génesis 31: 39 podemos leer: “Nunca te traje lo arrebatado por las fieras, yo pagaba el daño; lo hurtado así de día como de noche, a mí me lo cobrabas”. Eso aconteció con Jacob, que también fue pastor de ovejas, y cuidaba las que eran de su suegro Labán. Por lo tanto era responsabilidad del pastor de las ovejas no permitir que se pierda alguna. Por eso la alegría del pastor al encontrarla y reúne a sus amigos y vecinos para festejar ese hallazgo y gozarse con ellos por tener otra vez a todas las ovejas que se le encomendaron a su cuidado.
Jesús nos dice que en el cielo habrá más alegría por una persona que se arrepiente que por las demás que ya se encuentran salvos. Hay quienes piensan que las noventa y nueve son los que se consideran justos y no necesitan a Cristo y su plan de salvación, pero recordemos que en Mateo 25: 31 a 46, relata una parábola en la cual las ovejas son los que se son salvos y los cabritos son los que se pierden.
Vemos con este ejemplo que el amor de Dios es tan grande que busca a los perdidos con diligencia, busca la seguridad de cada una de sus ovejas y se regocija grandemente cuando la encuentra. Jesús se relacionó con los pecadores porque él iba en busca de quienes lo necesitaban, que eran considerados por los demás sin ninguna esperanza, para darles también a ellos las buenas nuevas de salvación.
Podemos pensar en el porqué las ovejas se pierden. Ellas viven juntas, en rebaños. Por naturaleza, son inocentes, confiadas, que siguen a cualquier parte al pastor que las guía, pero también son muy distraídas. Por un momento no fija la mirada en el pastor que se encuentra delante de ella y toma sin darse cuenta otro camino. Cuando se percata de su error ya es muy tarde, y lo único que le queda por hacer es balar para llamar la atención de su pastor. No son capaces de encontrar el camino de regreso solas.
Así también muchos de los hijos de Dios, por un momento se distraen fijando su mirada en cualquier otra cosa que no es Jesús, el buen Pastor, y así erran el camino. Cuando se dan cuenta del mal camino que tomaron quieren volver pero no saben cómo. En muchos casos se encuentran con demasiadas opciones para seguir. En este punto cabe decir que “sólo la fe en Jesús salva, sólo él puede indicarnos el camino de regreso. Sólo él puede abrirnos las puertas de la Vida Eterna, ya que sólo él es el que dio su vida por cada uno de nosotros, por cada una de sus ovejas.
Esas ovejas necesitan que alguien las busque, ese alguien es el buen Pastor, Jesús. Pero debemos considerar que Jesús ya no está con nosotros en este mundo. Ahora está en los cielos, a la diestra de Dios intercediendo por cada uno de nosotros ante el Padre, para que nuestros nombres no sean borrados del Libro de la Vida. Para realizar esa tarea él dejó encargado, en primer lugar a los Apóstoles, luego los que los siguieron. En la actualidad esa responsabilidad es nuestra. Ahora somos nosotros los mayordomos del Señor y somos nosotros los que debemos cumplir con la tarea en su lugar, tratar de llegar a esa oveja, y con todo amor, tal como hizo el pastor de la parábola, ponerla sobre nuestros hombros gozosos. Debemos suplir a Jesús en esa tarea, hasta que él venga por segunda vez a buscar a los suyos que creyeron y confiaron en él.
Segunda Parábola: LA MONEDA PERDIDA
“¿O qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una dracma, no enciende la lámpara, y barre la casa, y busca con diligencia hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas, diciendo: Gozaos conmigo, porque he encontrado la dracma que había perdido. Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente”. (Lucas 15: 8-9).
Para entender esta parábola, debemos aclarar en primer lugar algunas costumbres de la sociedad en los días de Jesús.
Las mujeres palestinas recibían 10 monedas de plata como regalo matrimonial cuando se casaban. Estas monedas tenían un valor sentimental, semejante al anillo de bodas de la actualidad, y perder una moneda era desesperante. El juego de monedas no estaba completo. Ya no las podrían lucir porque le faltaba una. Igual que en la actualidad, si en un collar le falta por ejemplo una perla, se va a notar su falta y la dueña del collar no podrá usarlo.
Si trasladamos ese faltante a una iglesia, por ejemplo, faltará un miembro, que tenía un don para ser utilizado en la obra y ya no está. La unidad de esa iglesia o comunidad se reciente, el testimonio que presentan sus miembros ya no será tan bueno. Por eso, así como la alegría que siente la mujer que encuentra esa moneda que se le extravió, llega a tal punto que se reúne con sus amigas y vecinas para festejar la buena noticia, así también se alegran y regocijan los ángeles cuando un pecador se arrepiente de sus pecados y retorna a Dios.
Cada individuo es valioso para Dios, él se aflige por cada perdido y se regocija cuando alguien es hallado y llevado nuevamente por los caminos del Señor.
La moneda, al igual que la oveja, no puede volver sola a su hogar junto al Señor. La oveja se da cuenta que está perdida y quiere volver a Dios, pero no encuentra el camino. Necesita ser buscada y llevada al redil. La moneda no solo no puede volver sola, sino que además no se da cuenta que está perdida. Así como una moneda (que es metal) no tiene vida en sí, jamás puede volver por sus propios medios junto con las otras nueve, así también hay cristianos que se creen seguros de sus caminos, que no piensan que están equivocados, y se perderán irremediablemente si alguien no los convence de su error y la lleva de nuevo a su verdadero hogar, junto con los demás hermanos y con el Señor.
En este caso, tal como en la parábola de la oveja, Jesús, el buen pastor, se encuentra a la diestra de Dios. Por lo tanto nosotros, que somos sus mayordomos en este mundo, debemos hacer la tarea que Jesús nos encomendó, o sea buscar a los que estaban perdidos, y esto hasta que él venga a buscarnos en su segunda venida.
Tercera Parábola: “EL HIJO PRÓDIGO”
“También dijo: Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes. No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente. Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle. Y fue y se afirmó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos. Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba. Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. Y levantándose, vino a su padre, Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Pero el Padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse”. ( Lucas 15: 11-24).
En tiempos de Jesús, se aplicaba aún el criterio establecido en la ley de Moisés. O sea que el hijo mayor heredaba el doble de los bienes que les correspondía a los demás, por el derecho de primogenitura. En este caso, como eran dos, al mayor le correspondería 2/3 de la herencia y al menor 1/3. “Si un hombre tuviere dos mujeres, la una amada y la otra aborrecida, y la amada y la aborrecida le hubieren dado hijos, y el hijo primogénito fuere de la aborrecida; en el día que hiciere heredar a sus hijos lo que tuviere, no podrá dar el derecho de primogenitura al hijo de la amada con preferencia al hijo de la aborrecida, que es el primogénito, más al hijo de la aborrecida reconocerá como primogénito, para darle el doble de lo que correspondiere a cada uno de los demás: porque él es el principio de su vigor, y suyo el derecho de la primogenitura” (1 Crónicas 21: 15-17).
También hay que considerar que en la mayoría de los casos, los hijos recibían la herencia al morir el padre, aunque algunos optaban por repartirla antes. Lo que no era común es que los hijos pidieran su parte de la herencia, y mucho menos común que el hijo menor peticionara que el padre iniciara la división de los bienes. Esta actitud mostraba así una falta total de respeto a la autoridad de su padre como cabeza de familia. A pesar de eso, el padre procedió a repartir los bienes entre sus dos hijos (Vers. 12).
Unos días después, el hijo menor junta todos sus bienes y se fue lejos de la casa de su padre, para que éste no pudiera tener influencia sobre su vida y hacer lo que quería. La expresión “lo juntó todo” en el contexto comercial significaba “lo convirtió en efectivo”. Así que lo que este versículo significa es que el hijo menor vendió todos los bienes que le correspondían, y se fue lejos a despilfarrar el dinero obtenido. (Vers. 13).
Es indudable que con mucho dinero en su poder estaba lleno de amigos, pero cuando este se le agotó, los supuestos “amigos” se apartaron de él y lo dejaron solo. Eso nos enseña que muchas veces los que nos parecen amigos, no lo son, sino que se encuentran a nuestro lado para aprovecharse de nosotros. Vemos que en caso del hijo pródigo, ni siquiera le consiguieron un trabajo decente para que pudiera ganarse su sustento una vez que se le agotó su dinero. Muchos jóvenes en nuestros días siguen los pasos de éste hijo.
Los cerdos eran animales impuros para los judíos: “ni cerdo, porque tiene pezuña hendida, mas no rumia; os será inmundo. De la carne de éstos no comeréis, ni tocaréis sus cuerpos muertos” (Deut. 14:8). Por lo tanto, el cuidar cerdos era el trabajo más despreciable que un judío pudiera imaginarse. Más degradante aún sería compartir con ellos el alimento. Él debía alimentar a los cerdos con algarrobas; estos frutos del algarrobo, árbol muy común en Palestina, tenían forma de vaina. Estas vainas servían de alimento a los animales, y algunas veces la gente sin recursos las comía en caso de necesidad.
Como vimos, los cerdos eran considerados animales inmundos, esto significaba que no se podían comer, no se podían usar en sacrificios, y para protegerse de la contaminación, los judíos ni siquiera osaban tocarlos. Para un judío pararse delante de cerdos que se alimentaban era una gran humillación, y para este joven, comer lo que los cerdos dejaban, era una degradación que iba más allá de lo creíble. El hijo menor llegó realmente a lo más bajo. La parábola relatada por Jesús debe haber producido nauseas a los escribas y fariseos que estaban escuchando.
El hijo menor, representa a muchos jóvenes en la actualidad, son inmaduros, rebeldes a los padres, desean ser libres de las ligaduras que los atan a sus progenitores. Por eso se apartan, se van lejos, quieren hacer lo que quieren sin que nadie los moleste con consejos que no desean escuchar, que intenten hacerles cambiar de opinión. En muchos casos les va bien, al principio. Pero generalmente terminan mal. Para hacerse de dinero tratan de obtenerlo de manera no lícita, llegando incluso al robo, que muchas veces culmina con algún asesinato. En una palabra, terminan arruinando sus vidas. En muchos casos necesitan llegar a lo más bajo antes de que recobren el sentido, y anhelen volver a la vida al lado de sus padres.
En el plano espiritual, a menudo las personas deben pasar por grandes penurias, incluso tragedias, antes de mirar al único que puede ayudarlas.
En los versículos 17 al 19 nos relata el verdadero arrepentimiento de este hijo. Se da cuenta del error cometido al irse de la casa de su padre para buscar otras cosas por el mundo, y llegar así a un estado que jamás se había imaginado. El dice entonces “Y volviendo en sí dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros.” (Lucas 15: 17-19) El hijo perdido anhela volver a su situación anterior junto a su padre. Se da cuenta que al alejarse de él lo ha perdido todo. Piensa que con lo que hizo ya no es digno de pertenecer a la familia, conformándose con ser un simple peón en la casa de su padre, sin mayores pretensiones, con tal de estar de nuevo en lo que fuera su hogar.
En el plano espiritual es un digno ejemplo a imitar por aquellos que por cualquier circunstancia se alejaron del Padre Celestial para seguir sus propios caminos lejos de él. Es bueno tomar esa decisión antes de caer tan bajo.
En el versículo 20 vemos que el hijo pródigo o perdido no queda con su pensamiento, sino que actúa. “Y levantándose, vino a su padre…”. Vemos que en este caso toma el camino correcto. No continúa en ese estado pecaminoso y bajo en donde estaba, sino que trata de salir adelante, volviendo a su verdadero hogar. Tampoco toma el camino del suicidio como lo hacen muchos en nuestros días.
El versículo 20 nos relata que su padre lo espera: “…Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió y se echó sobre su cuello, y le besó”. En las dos parábolas anteriores vemos que los que buscaban a los perdidos dieron de sí todo lo que pudieron y que estaba a su alcance para encontrar, o la oveja, que no estaba en condiciones de volver a su padre por sus propios medios, o la moneda, que estaba inconsciente y no se daba cuenta que estaba perdida. En el caso del Hijo Pródigo, el Padre sabía que su hijo volvería por sus propios medios. De la misma manera el amor de Dios es persistente y fiel. Dios nos buscará y nos dará toda clase de oportunidades para responder y retornar a él, pero no nos obligará a hacerlo. El padre esperaba a su hijo, cada día miraba por el camino para ver si su hijo retornaba a él. Cuando lo ve, corre a su encuentro, lo abraza y lo besa, tal como un verdadero padre espera y recibe a un hijo descarriado que vuelve a él. Como el padre en esta historia, el Padre Celestial nos espera con paciencia y desea que recobremos nuestros sentidos, cuanto nos encontramos perdidos y sin rumbo y él nos recibirá de la misma manera.
El hijo le pide perdón: “Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo”. (Lucas 15: 21.) En el plano espiritual es un paso indispensable para volver a ser un hijo de Dios. Solo con un arrepentimiento genuino y sincero nuestras faltas y pecados nos serán perdonados.
El hijo consideraba que ya no sería digno de ser un hijo, por lo que pensaba pedirle que lo dejara servir aunque sea como un simple peón. Pero el padre no deja que termine su idea: “Pero el padre dijo a sus siervos: sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido: se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse”. (Lucas 15: 22-24).
En primer lugar, el padre le restituye los símbolos de su categoría de hijo: le saca el mejor vestido para que se encuentre bien presentable ante los siervos. El anillo era considerado en esa época como signo de autoridad, y las sandalias, era el signo de hombre libre. Los esclavos, siervos, peones, etc. andaban descalzos.
Así como el hijo perdido volvió al padre arrepentido, sin pretensiones de ninguna naturaleza, solo deseaba ser admitido como un sirviente, pero fue recibido como hijo, así también nosotros hoy, podemos arrepentirnos y volver al Padre Celestial, y él, tal como lo prometió, nos recibirá como hijos.
En esta parábola encontramos un cuarto perdido, que generalmente no tomamos en cuenta. “Y su hijo mayor estaba en el campo; y cuando vino, y llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Él le dijo: Tu hermano ha venido; y tu padre ha hecho matar el becerro gordo, por haberle recibido bueno y sano. Entonces se enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase. Mas él, respondiendo, dijo al padre: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo. Él entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas. Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido: se había perdido, y es hallado”. (Lucas 15: 25-32).
Al final de la parábola vemos que la conducta que tuvo el padre hacia su hijo contrasta con la del hermano mayor. El padre perdonó porque amaba a su hijo. De la misma manera nuestro Padre Celestial nos perdona porque él “es amor”. El hijo mayor no perdonó porque consideraba injusto lo que estaba sucediendo y de la forma en que su padre recibió a su hermano menor. En esta parábola el hijo mayor representa a los escribas y fariseos, que se negaban a recibir y aceptar a los pecadores. Jesús les estaba enseñando que él había venido a salvar a toda la humanidad, no solo a algunos. Ellos podrían pensar que se habían sacrificado y hecho muchísimo por Dios. En la actualidad las personas arrepentidas después de ganar mala reputación por su vida de pecado, son a menudo mal recibidas en las iglesias, y son tratados con recelo, o no están dispuestos a recibirlos como miembros. Sin embargo, Jesús nos enseña que debemos alegrarnos por un pecador que se arrepiente de su vida pecaminosa que tuvo en el pasado, tal como lo hacen los ángeles que están junto a Dios. Además el hijo pródigo no vino con ninguna pretensión de cargos o puestos. Solo deseaba ser recibido como un siervo.
Como conclusión podemos decir: En la parábola de las cien ovejas, la que se perdió, se dio cuenta de su situación pero no pudo volver por sí misma. En la parábola de las 10 monedas, la que se perdió no se dio cuenta que estaba perdida. En ambos casos deben ser rescatados. En estas parábolas el rescatador es Jesús, el buen Pastor. Por extensión esa es en la actualidad nuestra principal tarea. En el caso del hijo pródigo, éste se dio cuenta a tiempo de su situación y volvió a su Padre. Por supuesto fue recibido, sin tener en cuenta el estado pecaminoso en que estaba. El cuarto perdido, el hijo mayor, se abstuvo voluntariamente de festejar el regreso de un perdido. Es la actitud que no debemos asumir nosotros en la actualidad.
En tiempos de Jesús los gentiles, por ejemplo, no tenían ninguna posibilidad de llegar a la salvación, pero el Señor mismo enseña a sus apóstoles que los gentiles también tenían derecho a la salvación. El primer ejemplo lo encontramos en Hechos capítulo 10, donde se relata la historia de Pedro y Cornelio.
El apóstol Pablo, que al principio perseguía a los creyentes, se convierte completamente a la causa de Cristo, siendo el más grande predicador del evangelio entre los gentiles. Entre sus escritos podemos encontrar muchos ejemplos de su pensamiento:
“Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!”. El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Romanos 8:15-17).
“…que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio”. (Efesios 3: 6.).
En resumen, la enseñanza del Señor Jesús fue que debemos predicar el mensaje a toda criatura, sin distinción de ninguna naturaleza, sin importar lo que puedan decir otros, tratando que los perdidos también puedan llegar a ser salvos por medio de la fe que es en Cristo Jesús.
La pregunta que cabría hacer sería: si tú estás en este momento entre los perdidos ¿aceptarías la invitación que nos hace constantemente el Señor y volverías otra vez a sus pies para pedirle perdón por tus pecados y aceptarlo como Rey de Reyes y Señor de Señores, y como el Señor de tu vida?
Si tú ya eres salvo, ¿te harías cargo de tu responsabilidad de buscar a los perdidos, tal como el mismo Jesús nos encomendó a todos?
Hazlo ya. Mañana puede ser demasiado tarde.
ALBERTO JUAN HILLMANN
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